Cuando en 1814 volvieron los Borbones a Francia, Joseph Jacotot; que había sido elegido diputado, se tuvo que exiliar de Francia a Bélgica. Allí consiguió un empleo modesto de profesor de francés en la Universidad de Leuven y comenzó lo que pensó que sería una vida tranquila.
Al tener que enseñar a personas que no hablaban el francés y él mismo no dominar el holandés, él se vio incapaz de instruir y cumplir con las demandas que le pedían; por eso se limitó a dejarle a sus alumnos una edición bilingüe de Telémaco. que previamente había conseguido en las dos lenguas: francés y holandés, pensado que, así al menos, podrían tomar algo de contacto con el francés. Esa necesidad de cumplir con su obligación le llevó a probar una forma enseñar que no se podía basar en la instrucción oral, tal y como se consideraba para la época.
Luego, les pidió a los estudiantes así preparados que escribiesen en francés lo que pensaban de todo lo que habían leído. Quería comprobar cuánto habían aprendido utilizando ese sistema novedoso para la época. Él mismo no se hacía muchas ilusiones:
«Se esperaba horrorosos barbarismos, con impotencia absoluta quizá. ¿Cómo todos esos jóvenes privados de explicaciones podrían comprender y resolver de forma efectiva las dificultades de una lengua nueva para ellos? ¡No importa!. Era necesario ver dónde les había conducido este trayecto abierto al azar, cuáles eran los resultados de este empirismo desesperado. Cuál no fue su sorpresa al descubrir que sus alumnos, entregados a sí mismos, habían realizado este difícil paso tan bien como lo habrían hecho muchos franceses. Entonces, ¿no hace falta más que querer para poder? ¿Eran pues todos los hombres virtualmente capaces de comprender lo que otros habían hecho y comprendido?»
[Extraído de Enseignement universel. Émancipation intellectuelle», Journal de philosophie panécastique, 1838, p. 155]
Ante su sorpresa, Jacotot, no se limitó a repetir el modelo educativo sino que reflexionó acerca del mismo. Hasta entonces, él daba el libro al alumno y, para aclarárselo, lo explicaba; sin embargo ahora había comprobado que no era necesario. Cuando el maestro toma la palabra para explicar un libro, ¿realmente necesita el libro esa ayuda? Y en caso afirmativo, ¿por qué debería comprender mejor los razonamientos del maestro que los del propio libro?
Esta maravillosa historia de un profesor me lleva a pensar en algo que yo creo firmemente y que supone, en mi opinión, una riqueza de nuestra profesión inconmensurable. Mi propia postura es la de insatisfacción ante muchos de los resultados que alcanzo. Ello me lleva a ver otros compañeros-as, preguntarles, leer experiencias educativas, ir a cursos,... A partir de ahí probar diferentes estrategias, metodologías, utilizar variados recursos,... Posteriormente analizo lo sucedido, me paro un tiempo a reflexionar acerca de lo que he conseguido, de por qué se ha conseguido, de lo que no he logrado,... En definitiva de lo que me siento satisfecho y lo que no. Y vuelvo de nuevo a empezar.
Como decía Goethe:
"Lo que convierte la vida en una bendición no es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que hacemos."
Creo firmemente en ese modelo de profesor-investigador de su propia práctica; un profesor que se desea cambiar cosas, hace pruebas (controladas) y analiza lo que obtiene. Ante la época de aceleración de cambios actual, ¿existe otra manera de hacer bien las cosas en cualquier profesión?
Si quieres leer más acerca de Joseph Jacotot y las conclusiones a las que este pedagogo llegó, desde la práctica y la experiencia, aquí tienes un libro en castellano.
Ranciere, Jacques - El Maestro Ignorante
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