Las hermanas gemelas Grace y Virginia Kennedy nacieron en Georgia (EE.UU.) 1070 en una familia humilde. Ambos padres eran trabajadores y pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa. Por eso dejaron a las niñas al cuidado de su abuela, quien sólo hablaba alemán y atendió las necesidades físicas de las niñas, pero no jugaba ni interactuaba con ellas. Las gemelas no tenían contacto con otros niños y raramente salían a jugar fuera. El padre notó que las niñas usaban el inglés muy pobremente al tiempo que hablaban entre ellas con una jerigonza incomprensible. Así, pensó que padecían retraso mental y decidió no enviarlas a la escuela por no considerarlo adecuado.
Cuando perdió su último empleo, habló de su familia en la oficina de desempleo y fue ahí donde una trabajadora social le sugirió ponerlas en terapia de lenguaje. En el Hospital Infantil de San Diego, la terapeuta Alexa Kratze rápidamente descubrió que Grace y Virginia, lejos de ser retardadas tenían al menos una inteligencia normal y que habían inventado una lenguaje propio complejo, llamándose a sí mismas respectivamente Poto y Cabengo.
La explicación de los expertos de lenguaje y psiquiatras es que al no tener contacto con el idioma inglés, las niñas optaron por crear el suyo propio. Kratze apuntó que la falta de contacto y de interacción con su familia fue quizá mínima lo que contribuyó a que las gemelas tuvieran poco desarrollo, a pesar de haber nacido con una inteligencia normal.
Esta historia real me provoca diversas ideas como la importancia de la escuela como uno de los pilares fundamentales para lograr educar a las personas (sin olvidar que a un niño lo educa la tribu entera como indiqué anteriormente) o la necesidad humana de establecer una comunicación, como ya comenté en otra entrada. Pero ahora me gustaría incidir en la idea que también Pablo Pineda transmite en Cuadernos de Pedagogía (nº 398):
"Pensé que, por fin, alguien [Vygotsky] se daba cuenta de la importancia que tiene la sociedad. Cuando habla de la influencia del aprendizaje en el desarrollo, cuando habla de la influencia de lo cultural, descubrí que lo que sé no es sólo producto de lo que yo he aprendido, sino también de la interacción con los demás; que lo que soy es producto, más que de lo biológico, de mi entorno social; que he podido adquirir conocimientos gracias al lenguaje y a la ayuda de los demás."
Realmente pienso que en la formación de nuestra persona debemos más a las experiencias que hemos vivido, al ambiente que hemos tenido que a nuestra herencia genética, por eso mismo, al ser productos de toda la comunidad, también nos debemos a ella misma.
Eso se ha traducido en mis clases en el fomento de que los alumnos-as interactúen bastante entre sí. En variadas ocasiones surgen en clases momentos muy propicios que aprovecho para hacer una interrupción y romper la monotonía de algunas clases fomentando el diálogo entre ellos. Una de las prácticas que más me agradan es la de los debates cortos, de 5 a 15 minutos, que provoco ante algunas de las preguntas más interesantes que me han hecho: "¿Tiene una medusa estructura?", donde se llegó a hablar hasta de la evolución; "¿cómo se pesa un electrón?", distinguiendo entre el saber científico y otras formas de conocimiento; "¿por qué se paga el IVA?", que acabó explicando la diferencia entre los impuestos directos e indirectos en nuestra sociedad; o "¿de dónde viene la energía que utilizamos si ésta no se crea ni se destruye?", que acabó hablándose del sol, de los viajes espaciales y del avance de la tecnología.
Creo firmemente que estos debates ayudan a mi alumnado a mejorar su espíritu crítico, a escuchar, a razonar, a dar argumentos y entender otros puntos de vista, a ser en definitiva una persona tolerante y más preparada para la sociedad multicultural actual. Pero sobretodo esos debates son momentos donde tanto ellos-as como yo disfrutamos de compartir un momento. Tan importante en enseñarles como poder disfrutar con nuestro trabajo, ¡¡qué nunca lo olvidemos!!
Cuando perdió su último empleo, habló de su familia en la oficina de desempleo y fue ahí donde una trabajadora social le sugirió ponerlas en terapia de lenguaje. En el Hospital Infantil de San Diego, la terapeuta Alexa Kratze rápidamente descubrió que Grace y Virginia, lejos de ser retardadas tenían al menos una inteligencia normal y que habían inventado una lenguaje propio complejo, llamándose a sí mismas respectivamente Poto y Cabengo.
La explicación de los expertos de lenguaje y psiquiatras es que al no tener contacto con el idioma inglés, las niñas optaron por crear el suyo propio. Kratze apuntó que la falta de contacto y de interacción con su familia fue quizá mínima lo que contribuyó a que las gemelas tuvieran poco desarrollo, a pesar de haber nacido con una inteligencia normal.
Esta historia real me provoca diversas ideas como la importancia de la escuela como uno de los pilares fundamentales para lograr educar a las personas (sin olvidar que a un niño lo educa la tribu entera como indiqué anteriormente) o la necesidad humana de establecer una comunicación, como ya comenté en otra entrada. Pero ahora me gustaría incidir en la idea que también Pablo Pineda transmite en Cuadernos de Pedagogía (nº 398):
"Pensé que, por fin, alguien [Vygotsky] se daba cuenta de la importancia que tiene la sociedad. Cuando habla de la influencia del aprendizaje en el desarrollo, cuando habla de la influencia de lo cultural, descubrí que lo que sé no es sólo producto de lo que yo he aprendido, sino también de la interacción con los demás; que lo que soy es producto, más que de lo biológico, de mi entorno social; que he podido adquirir conocimientos gracias al lenguaje y a la ayuda de los demás."
Realmente pienso que en la formación de nuestra persona debemos más a las experiencias que hemos vivido, al ambiente que hemos tenido que a nuestra herencia genética, por eso mismo, al ser productos de toda la comunidad, también nos debemos a ella misma.
Eso se ha traducido en mis clases en el fomento de que los alumnos-as interactúen bastante entre sí. En variadas ocasiones surgen en clases momentos muy propicios que aprovecho para hacer una interrupción y romper la monotonía de algunas clases fomentando el diálogo entre ellos. Una de las prácticas que más me agradan es la de los debates cortos, de 5 a 15 minutos, que provoco ante algunas de las preguntas más interesantes que me han hecho: "¿Tiene una medusa estructura?", donde se llegó a hablar hasta de la evolución; "¿cómo se pesa un electrón?", distinguiendo entre el saber científico y otras formas de conocimiento; "¿por qué se paga el IVA?", que acabó explicando la diferencia entre los impuestos directos e indirectos en nuestra sociedad; o "¿de dónde viene la energía que utilizamos si ésta no se crea ni se destruye?", que acabó hablándose del sol, de los viajes espaciales y del avance de la tecnología.
Creo firmemente que estos debates ayudan a mi alumnado a mejorar su espíritu crítico, a escuchar, a razonar, a dar argumentos y entender otros puntos de vista, a ser en definitiva una persona tolerante y más preparada para la sociedad multicultural actual. Pero sobretodo esos debates son momentos donde tanto ellos-as como yo disfrutamos de compartir un momento. Tan importante en enseñarles como poder disfrutar con nuestro trabajo, ¡¡qué nunca lo olvidemos!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario